El hotel se construyó en los años 60s sobre un promontorio aislado que se adentra en el mar y seguramente es el mejor emplazamiento de Mallorca sólo después del hotel Formentor, que está cerrado por cambio de propietario después de que el grupo Barceló lo dejara reducido a una triste sombra de lo que fue. La familia Blanes, propietaria del terreno y de toda esa parte de la costa tuvo el buen gusto de hacer construir por el arquitecto Felipe Sanchez Cuenca un encantador edificio de poca altura, materiales naturales (piedra, cerámica, suelos de barro cocido ...) y grandes jardines alrededor. Con el tiempo se ha pasado de las 45 habitaciones a 153 pero sin desnaturalizar el estilo porque quedaba mucho territorio por utilizar y se ha mantenido la unidad estética. El hotel está ahora gestionado por la cadena H10 aunque según informaciones fiables está en venta, después de que no fructificara una oferta de compra de Mandarín Oriental en el año 2020. Tal vez por estar en venta se nota cierto descuido en el mantenimiento, especialmente de los jardines pero también en detalles de las habitaciones. También está abandonado el comedor original y en un estado desastroso la cocina adyacente, fuera de uso y soprendentemente visible para cualquiera que se acerque. Sin embargo la extraordinaria vista de la inmensa bahía compensa sobradamente. El personal pone su mejor voluntad pero está visiblemente agotado por la excesiva carga de trabajo del mes de agosto. El personal de recepción autóctono es excelente. No tanto una serie de becarias muy poco proactivas. Las camareras de pisos y habitaciones hacen un trabajo impecable, aunque el horario es irregular a causa una vez más de la escasez de personal. El almuerzo es informal junto a una de las piscinas y la carta es variada y buena. La cena es sorprendentemente gastronómica, muy elaborada y de gran nivel, con el añadido del pescado fresco que llega cada día y que forma parte también de la media pensión. Los camareros cumplen eficazmente, aunque con cierto despego. Desde el hotel se puede acceder a dos calas deliciosas, una de piedras y otra de arena, de agua transparente y con horizonte para nadar, aunque los barcos van fondeando abusivamente cerca. Las playas son públicas obviamente por ley pero el hotel debería involucr**** en la limpieza de la arena y en la recogida de restos abandonados por bañistas incívicos, o al menos exigir al ayuntamiento de Calvià que lo haga. Los clientes no hemos tenido que enfrentar a propietarios de perros para que se los lleven. Se puede pasar un mes entero sin necesidad de salir del hotel para nada, entre amaneceres y puestas de sol, baños de mar, piscinas, comer y dormir (está bien insonorizado). Uno puede estar todo el día al aire libre lo cual es perfecto en época de pandemia. Si todos los hoteles que se construyeron en el boom del turismo hubieran seguido los criterios ecológicos de la familia Blanes hoy la Mallorca costera sería un paraíso.
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