Usuario invitado
17 de agosto de 2023
Veinticinco años después regresé al Amazonas. Esta vez no dormí en un salón de la Escuela Normal Superior. Lo hice en el Decameron. Así que quiero tomarme el tiempo de agradecerles. Empiezo con un lugar común. Un viaje es, en buena medida, la gente que se conoce. Y Leticia y Puerto Nariño y los caseríos que mi familia y yo visitamos honran precisamente eso. La empatía, la buena onda, la disposición para entablar una conversación. Oradores orgullosos de sus tradiciones, todos aquí se toman el tiempo para relatar su propia historia. Sin prisas. Con gracia. Con gracia y sabiduría. Imposible mencionar aquí a todos los empleados del Decameron que hicieron de cada cena, de la explicación de cada receta, un momento de aprendizaje. Capítulo aparte para Kelly por su dulzura, y para Many; que desde que se enteró de que a nuestra hija la asaltó un dolor de panza, se apersonó de la situación. Té de guayaba y marañón. Y listo. Amazónico remedio. Centro de operaciones, laboratorio gastronómico, piscina incomparable para despedir el bochorno del día. El Decameron Ticuna nos ofreció justo lo que buscábamos. Tal vez más. Se los digo en huitoto: fucora; se los digo en ticuna: nuamá. Y en español: gracias.